El contrato social

La sociedad en la que vivimos se empeña en matar al niño que llevamos dentro. Pero, al mismo tiempo, trata de recordarte continuamente que debes seguir haciendo cosas de niño. 

Según crecemos, cambian las pautas y los convenios sociales. Dejamos de jugar con muñecos, a los tazos, al fútbol en el patio... y empezamos a fumar, a beber, a hacer grafittis... Los chavales un poco mayores se van encargando de que los pequeños, al crecer, sean exactamente igual que ellos. Estudios, chicas, deportes, amigos... el niño que llevamos dentro va quedando enjaulado entre los patrones del adolescente.


Luego viene la Universidad, que es una especie de vuelta a la infancia. Pocas responsabilidades, mucho tiempo libre, fiestas, conocer gente, descubrir un mundo nuevo, nuevas experiencias. Aunque, según vamos avanzando y acercándonos al mundo laboral vuelven a surgir los apuros: los últimos exámenes, trabajo de fin de carrera, búsqueda de prácticas, el primer empleo...

Un paso más, y llega la integración al mundo laboral (los que tengan la suerte de ello). El mundo de las apariencias lo domina todo. Cuidado con cómo te vistes, con cómo y con quién y de qué hablas, con los horarios... el pequeño juerguista universitario queda relegado al perfecto maniquí de oficina con traje y corbata.


Sin embargo, en la calle, te dicen que aún eres un chaval. Que la música de los 80's y los 90's vuelve a estar de moda. Que los jerseys de cuadros vuelven a estar de moda. La moda no es cíclica, solo es un mercado que recicla los conceptos de hace 20 años para que los adultos de hoy se vuelvan a sentir los jóvenes de antes y hagan las cosas de los jóvenes de antes. Salir, beber, divertirse, conocer gente, follar, consumir. Eso sí, manteniendo las formas y los convenios sociales de tu edad: hay que salir por sitios de moda, no a bares de rock; hay que beber gin tonics y dejar el ron con coca-cola; hay que escuchar los temas de actualidad y no las cintas de Bruce Springteen de tu padre.

Es una lucha continua entre la ilusión y la responsabilidad. Hay que dar alguna concesión a los deseos del niño, pero siempre a través de una ventana con rejas. El niño solo debe ser capaz de sacar la mano a través de los barrotes para consumir, consumir, consumir... mientras las ilusiones se van ahogando y muriendo entre contratos sociales regados con ginebra y salpicados de sexo una vez a la semana.


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