Familias 2.0

Vivimos en una sociedad tan acelerada que nunca hay tiempo de pararse a pensar, reflexionar, sentir o hablar. Todo es tan inmediato que posponemos las cosas hasta que nos estallan en la cara. Las relaciones duran mientras dure el sexo. Cuando este se acaba, las relaciones se resienten y muchas veces mueren. El sexo muchas veces se convierte en una vía para no hablar y para liberar tensiones. Parece que las discusiones, los problemas y los enfados se diluyen en el sexo, las endorfinas y el sudor.


Hay una situación en la que el sexo desaparece pero la relación continua: la maternidad/paternidad. Pero es una ilusión, porque las discusiones, los problemas y los enfados son desplazados por un continuo satisfacer de necesidades de una criatura que no puede valerse por sí misma. Y es tan agotador y exigente que las cosas se quedan postergadas, pospuestas, hasta que nos vuelven a estallar en la cara.

Hace unos años, los infantes con progenitores separados eran una minoría. Sin embargo, ahora la excepción son los niños que sus padres siguen casados, o juntos. Porque en la inmediatez de la vida que vivimos hay un momento en que los hijos dejan de exigir lo suficiente para que los problemas vuelvan a aflorar de golpe, ya sin solución alguna. Y todos esos niños y niñas crecerán en familias disfuncionales con padres que ni siquiera pueden hablarse.


La próxima generación será una generación rota. Porque no sabemos, como sociedad, gestionar situaciones de ruptura sin posicionarnos y menos aún curar heridas. Como mucho, cauterizarlas. Y eso tampoco es sano. Somos una sociedad con una gangrena avanzando lentamente y sin cura posible. No me extraña que los jóvenes cada vez interactúen menos entre sí físicamente pero cada vez más virtualmente. Porque eso evita los problemas, los gritos, las discusiones. Puedes apagar el móvil, borrar la conversación, eliminar un contacto, reportar un insulto al moderador. Las redes sociales eliminan gran parte de los conflictos de las relaciones físicas.

Y ese es nuestro futuro. Un futuro donde los ancianos no se hablen entre sí por rencores del pasado, donde los adultos prefieren chatear a verse cara a cara y donde los jóvenes no se hablen entre sí porque ¿para qué?
O, quizás, se animen a repetir los errores del pasado.


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