Abstractos

Somos seres concretos. Tenemos unos límites, un cuerpo, un espacio. Nos gusta definir el tiempo, el espacio, lo que nos rodea. Utilizamos números determinados y enteros para describir nuestro alrededor. Y, sin embargo, nos movemos por conceptos abstractos.

Ponemos el despertador a las 7:00 de la mañana. Trabajamos 8 horas y media al día. Subimos a un metro de 6 vagones. Subimos a la cuarta planta de la oficina. Comemos un menú de 12€. Recogemos a los niños en la puerta del colegio. Gastamos en la compra 37,39€. Ponemos el microondas durante 2 minutos. Cenamos en 20 minutos.


Estas entidades, tan definidas, nos acotan nuestro radio de acción. Nos hacen sentir seguros y las ejercemos de manera casi automática, sin pensar. La concreción nos ayuda a mantenernos cuerdos y a establecer unas rutinas.

Pero, insisto, nos movemos en el mundo de lo abstracto, lo teórico, lo indefinido, lo desconocido: el mañana, el futuro, la nación, la esperanza, la igualdad, la verdad, el amor, la justicia, la sabiduría, la democracia. La Humanidad.


Estas otras entidades, por contra, liberan nuestra imaginación hasta sus límites. Nos hacen sentir inseguridad y vértigo, luchamos contra sus contradicciones cada día, nos marean sus dimensiones siempre cambiantes. Nos obligan a continuar viviendo a pesar de nuestros temores.

Tal vez nuestros propios límites nos impiden soñar más allá de un punto. Tal vez nuestra definición nos coarte a la hora de imaginar. Tal vez nuestra concreción, nuestro cuerpo, nuestro tiempo, nuestro espacio, nos impide volvernos abstractos por completo.


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