Estamos en guerra

Es tarde, pero no quería faltar a mi cita anual con el 6 de agosto. Llevo ya 6 años sin faltar a la cita, aunque el tema del que me gusta hablar este día ya esté muy manido y le haya dado muchas vueltas.
En realidad, la idea que tenía para la entrada de este año la terminé usando para otra publicación. Así que me ha tocado repensar estos días cómo darle otra vuelta de tuerca al tema de la guerra.

La guerra no es simplemente una acción contra una reacción. No es solo la reacción defensiva ante la agresión del otro. No es únicamente el ataque preventivo ante las sospechas de uno mismo. Todos y cada uno de nosotros estamos en guerra.


Estamos en guerra contra nosotros mismos, nuestras contradicciones, nuestras metas, nuestros sueños, la realidad que vivimos frente a la que esperamos. Estamos en guerra contra las expectativas de los demás, el qué dirán, las normas sociales, las tradiciones familiares. Estamos en guerra contra el vecino que hace ruido, el perro que no calla por las noches, el niño que molesta en el restaurante sin que sus padres le digan nada, el precio de la gasolina, los casos de corrupción, el éxito ajeno. Estamos en guerra contra las políticas de acogida, contra el salario mísero que nos llega a fin de mes, contra el sistema que todo lo precariza, contra las opiniones de los demás, contra los titulares de las noticias, contra la subvención que le dan al pobre.

El ser humano está diseñado para sentirse insatisfecho y querer más y más. Y en sus ansias expansivas se ve confrontado por las ansias expansivas de sus congéneres. Y de ahí surge la guerra. La guerra contra los otros. La guerra contra el extranjero, el privilegiado, el inmigrante, el afortunado, el pobre, el feliz, el indigente, el beneficiado, el sacrificado, el satisfecho. Estamos en guerra con el diferente.


¿Por qué estamos en guerra con nosotros mismos? El conflicto siempre surge del miedo al diferente, de la incertidumbre ante lo desconocido. Pero estamos en guerra internamente. Porque en realidad tratamos de ser diferentes a lo que somos, sin contentarnos ni sentirnos satisfechos ni felices con qué somos, cómo somos y cuándo somos.

Por eso las personas que más en paz están son las que más se aceptan a sí mismas, sin rencores, sin resentimientos, sin inquina, sin envidia. Esas personas han firmado la paz consigo mismas, sin necesidad de intermediarios, pactos injustos y consecuencias desastrosas. Esas personas son la paz. Aprendamos de ellas y enterremos el hacha de guerra.


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