El pozo más profundo

Siempre comento que uno de los libros más fascinantes que he leído nunca es "La casa de hojas" de Mark Z. Danielewski. Una novela que son dos o tres novelas, además de una película. Y que genera angustia, desesperación, soledad y alivio. Con el paso del tiempo, cada vez que pienso en este libro me doy cuenta que no es sino una metáfora del alma humana. A veces es más grande por dentro que por fuera, a veces alberga monstruos, a veces solo tiene un par de peldaños y a veces contiene el pozo más profundo.


Y cuando miras al abismo, el abismo te devuelve la mirada. Pero el pozo es tan profundo que solo ves oscuridad y negrura y lo único que te devuelve es oscuridad y negrura. Tratas de vislumbrar el fondo, pero parece una agujero negro del que no escapa ni la luz. No hay claridad, ni fulgor, ni un mísero destello.

Hoy me siento deslizándome por las paredes de ese pozo. Bajando piedra a piedra, con la cabeza mirando hacia una luminosidad cada vez más lejana que va siendo sustituida, poco a poco, por las tinieblas y el frío de la oscuridad. Y siento que cuando llegue al fondo y pise suelo firme, ni siquiera seré capaz de sospechar donde quedan las paredes. Un laberinto de negra opacidad sin paredes.


Hoy me siento tan perdido que no sé quién soy. No sé quién quiero ser. No sé siquiera si vale la pena ser quién soy. ¿De qué sirve ser auténtico en este mundo de mentiras donde todos llevamos caretas y nadie lo admite? Somos espectadores de una película que ni siquiera hemos pedido ver, jugadores en un juego en cuyas reglas no podemos influir, navegantes de un mar de cambiante tempestad.

Hoy me siento tan perdido que no veo el camino que piso. Como si un soplo hubiera borrado todas las huellas que me trajeron hasta aquí y todos los bordes de los caminos que se abrían ante mí. Solo veo un desierto de asfalto virgen, sin marcas, trazas ni pisadas. Nunca he sabido de dónde vengo ni hacia dónde voy. Pero al menos tenía un sendero por el que me atrevía a caminar. Y siento que me han arrastrado hacia un escenario nuevo del que no tengo mapa, y me han robado la brújula. Cada paso hacia delante siento que son dos pasos hacia atrás.


Y la pregunta de cada mañana, que siempre pretendo apagar. ¿Qué es lo que quiero? La cuestión que me repito cada día, cada hora, cada minuto. Ni siquiera sé definirme a mí mismo. Ni siquiera sé dónde encontrarme. Ni siquiera sé qué clase de persona soy. ¿Cómo voy a saber lo que quiero si ni quiera sé quién soy ni hacia dónde me quiero dirigir?

Así me siento hoy. Buscando respuestas a preguntas retóricas. Empujado por un viento que es apenas un susurro, royéndome la mente y el alma mientras caigo por el pozo más profundo que existe, que somos nosotros mismos.

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