El rencor es como un globo
El rencor es como un globo. Es una emoción tóxica que termina por explotar. Y lo malo de ella es que no siempre está en nuestra mano poder resolverla.
De acuerdo a su definición, el rencor es un resentimiento arraigado y persistente. ¿Cómo se resuelve? Haciendo que desarraigue y que no persista. Entonces el rencor se convierte simplemente en un resentimiento, que de acuerdo a su definición es un enojo o enfado por algo. Pero el resentimiento puede ser algo puntual que se olvide y se perdone. El rencor, al ser arraigado y persistente, cuesta más perdonarlo y olvidarlo.
El rencor nace de heridas no curadas y conflictos no resueltos. El rencor es, por definición, una emoción que nace de una relación con el otro. No negaré que se pueda tener rencor contra uno mismo, pero es difícil, no podemos odiarnos a nosotros mismos de manera continua porque eso es agotador. Por eso opino que el rencor es cosa de dos (o más de dos). Si la herida no cura o el conflicto no se resuelve, entonces se enquista, se infecta, se pudre, y nace el rencor.
El rencor es ese picor que surge en la mente y el corazón cuando pensamos en una situación dolorosa que nunca terminó de solucionarse. Cada vez que pensamos en ella o que la recordamos, vamos soplando dentro del globo e hinchándolo un poco más, un poco más, un poco más. ¿Cuál es el límite del globo? Eso depende mucho, tanto de la situación como de las personas implicadas. Pero si se infla demasiado, el globo terminará por estallar. Y un globo lleno de odio al explotar deja a todo el mundo cubierto de celos, ira, odio e incluso venganza. Todo emocionas negativas.
La única manera de desinflar el globo es afrontar las situaciones de cara y con valentía, aunque nos produzca inseguridad y miedo. Aunque nos duela. Aunque nos exponga al otro de manera vulnerable. Aunque nos muestre una parte de nosotros mismos que no nos guste. Es mejor cortar un miembro gangrenado que morir por gangrena. Pero resolver esa situación también requiere la comunicación y la implicación del otro, aunque sea a nuestra costa. Es muy fácil enfadarnos con el otro y no decirle que estamos enfadados o por qué motivo estamos enfadados. De esa manera solo inflamos e inflamos el globo, hasta que estalla.
Porque el otro no siempre sabe que hay un globo y, si lo sabe, normalmente no sabe dónde está la boquilla. Por eso es necesario que nosotros, en nuestro rencor, busquemos maneras de sanar las heridas y de resolver los conflictos. Y ello muchas veces requiere que le digamos a otras personas o les pidamos desde un plano emocional cosas que no les gustan a esas personas. Pero el no pedir, el no hablar, el no comunicar, el no expresar y el no reivindicar solo nos llevan un soplido más cerca de que el globo estalle. Poner encima de la mesa nuestro rencor y nuestros motivos aproxima un poco más al otro a la boquilla de ese globo.
Lo malo, como decía al principio, es que no siempre el otro está dispuesto a deshinchar el globo. Puede incluso que quiera inflarlo más hasta que estalle. Por eso no siempre está en nuestra mano resolver esta emoción tan compleja. Y es compleja porque escapa de nosotros y nos pone en comunicación con el otro. Y las relaciones con los demás siempre son complejas. Resolver emociones negativas es ya difícil de por sí. Resolver una emoción negativa en interacción con el otro es todavía más complejo. Puede que no tenga solución si una de las dos partes no quiere resolverla.
El rencor es como el juego de la patata caliente. Uno empieza y le pasa la patata al de al lado. El segundo se la vuelve a pasar al primero. Y así hasta que estalla. O hasta que las dos partes se sientan y deciden desinflar la patata. Si el globo revienta no resuelve nada, solo empeora todavía más las cosas. ¿Qué sentido tiene eso? ¿Qué nos aporta? ¿Por qué no resolverlo?
El orgullo mezclado con el rencor es una de las peores combinaciones emocionales posibles.
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