Rebeldes de sofá

No sabía que en nuestro país había tantos admiradores, tantos fans, tantos estudiosos de la cultura de Ucrania. Resulta que ahora estamos hermanados con los ucranianos, son nuestros hermanos de sangre, los conocemos de toda la vida, son los más cercanos que tenemos. Estos días se exuda hipocresía de color azul y amarillo.

Clamamos al cielo, pidiendo cosas imposibles. Me ha dado bastante miedo ver gente a mi alrededor justificar la guerra o, pero todavía, deseando que entremos en guerra. Nosotros. En guerra. Nuestros militares. Y luego nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo... mientras no nos llamen a nosotros y podamos seguir viendo la retransmisión en directo desde el sofá todo irá bien.

Que paren esto. Que mueran los otros. Que alguien asesine a no sé qué presidente dictador de no sé que país que se parece mucho más a Ucrania y Ucrania a ese país de lo que nunca nos pareceremos nosotros a ellos. Queremos que vuelva a bajar el precio del gas, de la gasolina, de la comida y de la electricidad.

Que se maten entre ellos, decimos. Lo único que queremos es seguir viviendo tranquilos, quejándonos desde nuestro sofá de los problemas del primer mundo. ¿Cuántos muertos son suficientes para mantener nuestro status quo? ¿Cuántas vidas han de perderse para que podamos seguir viviendo nuestras vidas tranquilamente y sin inflación? ¿Cuántas víctimas merecen la pena que podamos seguir quejándonos y sin hacer nada?

Porque eso, y nada más que eso, es la guerra. Solo que ahora los poderosos que vemos la guerra desde muy lejos somos cada vez más.

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