De refugiados e islamistas

Hoy, como todos los 6 de agosto, me gustaría hacer una reflexión sobre la guerra, lo que significa, lo que implica, lo que representa.

Llegan a nuestras costas decenas de miles de personas que huyen de las guerras. Ya sean en Siria, en Libia o en el corazón más profundo de África. Lo que llegan a nuestras costas es el río de sangre de las guerras que se libran a apenas dos pasos de Europa. Lo que llegan a nuestras costas son personas desesperadas, hambrientas, asustadas y desahuciadas de sus propios países. Mucha gente olvida que hace apenas 80 años los españoles también huían de una guerra.

¿Quién provoca las guerras? Yo me atrevería a decir que los intereses políticos y económicos. Que, muchas veces, van ligados de la mano y son indistinguibles. Las alianzas del ayer dejan de tener validez hoy cuando el petróleo ya no mana. Entonces lo que empieza a manar de manera indiscriminada es la sangre de un país.


Tristemente, tenemos de actualidad los últimos atentados en Europa de radicales islámicos. Aunque no me gusta usar ese término, lo utilizaré por conveniencia. Y la pregunta que se hace todo el mundo es "¿qué se puede hacer para combatir y erradicar dicho terrorismo?". En realidad, poca cosa. Poca cosa que no cueste mucho dinero, claro.

La pregunta que poca gente se hace es "¿de dónde procede ese terrorismo?". Si nos acercamos un poco a la Historia, veremos que grupos como Hamás, los Talibanes o el ISIS fueron creados y financiados por la CIA. Los mayores grupos terroristas islámicos... ¿creados y financiados por EEUU para derrocar gobiernos o desestabilizar Estados? ¡Nunca lo hubiera adivinado!


Así que yo digo, lo primero que hay que hacer para combatir y erradicar el terrorismo islámico es cambiar de políticas y exigir responsabilidades a sus creadores. Que sean ellos los que cargue con los gastos, con las muertes, con las tragedias y con la destrucción de los Estados. Que sean ellos los que paguen toda la reconstrucción, las escuelas, los hospitales, las carreteras y las instituciones, sin esperar ni un céntimo de remuneración a cambio y sin intervenir lo más mínimo en decisiones políticas. Que paguen con dinero ya que no se atreven a pagar con sangre.

La guerra es la máxima expresión de la violencia. La violencia es un ciclo de difícil final. La sangre llama a la sangre. La muerte llama a la muerte. Cuanto antes rompamos el ciclo y aprendamos a hacer las cosas de manera diferente, antes dejará de llenarse el Mediterráneo con la sangre de aquellos que, hace apenas 80 años, pudimos haber sido nosotros.


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