La cultura no puede morir

La cultura es un ente que nunca muere. La cultura ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Es una bola de nieve que va cayendo ladera abajo, chocando contra enormes árboles que la dividen en pequeños trozos que siguen rodando pendiente abajo, formando nuevas expresiones de sí misma.

La cultura no nace, y no muere. Pero crece, madura, se desarrolla, se reproduce. Se convierte en algo nuevo y en algo viejo. Avanza y retrocede. Pero nunca se mantiene estática durante mucho tiempo, ya que es inquieta por naturaleza. 

Porque la cultura es una expresión de la mente humana. Es un vehículo que pretende transmitir historias, fantasías, deseos, sentimientos, anhelos, rencores... Es el colectivo que recoge la evolución del ser humano a lo largo de miles de años de evolución (o involución). Refleja nuestros miedos, nuestras aspiraciones, nuestras inquietudes, nuestras deformaciones de la realidad... es todo lo que somos, lo que fuimos y lo que seremos ser.


La pintura, la literatura, la escultura, la arquitectura, la danza, la pintura, la orfebrería, el teatro, el cine, la música... solo son expresiones de nosotros mismos, intentando dar forma a esas cosas que no tienen entidad física porque solo son productos de nuestra mente. Y, aprendiendo de ellas, aprendemos de nosotros mismos como individuos y como especie.

Por eso hay que apoyar y mantener la cultura viva. Y hay que tratar de impedir que cuatro desalmados la conviertan en un negocio, en un producto, en un artículo que se puede comprar y vender y tasar con el 21% de IVA. 
Porque la cultura es un patrimonio de todos, y cada uno de nosotros somos parte de la cultura. Nuestras mentes no descansan. Incluso dormidas, crean, y todo lo que generan pasa a ser parte de la cultura, de una u otra manera. Y ella seguirá aquí cuando todos nosotros nos hayamos ido.


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