La gran DEPRESIÓN

Yo he estado deprimido. Nunca he sido diagnosticado y nunca me he medicado, pero sé a ciencia cierta que he estado deprimido. He estado en la parte más negra, oscura y profunda de mi ser. En el punto en que no te importa vivir o morir, que te acuestas y no te importaría no volver a despertarte nunca, en que podrías abrir una ventana y saltar. He estado ahí y, por suerte, he vuelto.

El camino que he recorrido desde entonces ha sido, también sin saberlo, el que sirve para cauterizar una herida. Y digo cauterizar, porque hay heridas que nunca terminan de cerrarse. Hay profundidades que nunca se llenan y oscuros que nunca recuperan su color original. Hay palabras que te hacen ponerte a llorar, situaciones cotidianas a las que no te quieres enfrentar. Hay a quien le mueve (o le paraliza) el miedo y hay a quien le mueve (o le paraliza) el dolor. O el sufrimiento. O la incertidumbre. O la soledad. O la impotencia. O una mezcla de todo eso, bien agitada y servida con una aceituna con anchoa en un vaso de cóctel.

Hay muchas metáforas para hablar de la depresión. Yo conozco mi camino de ida y vuelta gracias a que en esa época escribía y escribía y escribía. Tengo, sin exagerar, cientos de poemas y reflexiones escritos durante la gran depresión. Y gracias a ellos he llegado a entender y a aceptar que he estado deprimido, hasta el punto de que mi vida no me importaba apenas. Y no tenía ni siquiera 18 años. Y ya estaba hundido hasta el cuello, o más. Yo no sé si llegué a tocar fondo. Pero a veces es bueno tocar fondo, porque te ayuda a impulsarte hacia arriba, si es que consigues hacer pie.

Yo creo que no llegué a hacer pie. Pienso más bien que vivía en una piscina de barro a la que le quitaron el tapón y el barro acabó desapareciendo. Pero no fui yo quién quitó ese tapón, sino que fueron las circunstancias de la vida. Otras veces encuentras una mano o una cuerda que te ayudan a subir. Otras veces, encuentras las escaleras de la piscina de tanto andar por debajo del barro. Otras el barro se seca y te permite escapar. Otras, la piscina se vacía. A mí me pasó eso, aunque no lo elegí yo. Si las cosas hubieran sido de otra manera, quizás seguiría a día de hoy hundido hasta las cejas. Mi vida, desde luego, habría sido muy diferente.

No hablo tan alegremente de este tema. Y mucho menos pretendo describir las emociones de otras personas que hayan o estén pasando por la gran depresión. Yo solo escribo desde mi interior, de cómo he llegado a sentir y a entenderme. De cómo una sonrisa puede ser una máscara. De cómo una sola lágrima puede ser todo un logro. De cómo levantarte de la cama puede ser la tarea más dura de cada día. De cómo sientes tu vida atada a una bola de presidiario y, de pronto, un día, te ves liberado de esa carga y te sientes volar hacia el futuro.

Porque cuando estás deprimido, ni siquiera llegas a pensar en el futuro. No es una opción. No es un atractivo. No es una expectativa. La expectativa es que los días pasen lo más rápido posible para no tener que pensar en nada más. Para no tener que sufrir innecesariamente. Porque pensar en el futuro es pensar en el sufrimiento de mañana. Porque sabes que vas a sufrir, que vas a sentir dolor, soledad, impotencia, incomprensión, amargura, oscuridad y, sobre todo, una enorme tristeza que no sabes cómo combatir. Ni siquiera sabes de dónde procede. Y, a veces, eso es lo más duro de todo.



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