Almas de puzzle
Nuestras almas son como pequeños puzzles que vamos ampliando a medida que crecemos.
Cuando nacemos, apenas son un par de piezas que representan el amor y los genes de nuestros padres. Pero según vamos evolucionando, creciendo, aprendiendo, cayendo, levantándonos... vamos añadiendo piezas, poco a poco, desde ese núcleo mínimo hasta un entramado absolutamente complejo.
Cada nuevo aprendizaje, cada nueva palabra, cada nuevo paso, cada nuevo amigo... es una pieza más que vamos añadiendo. Algunas veces nuestros puzzles crecen demasiado en una dirección determinada. Otras veces se dejan agujeros en el centro difíciles de rellenar.
También hay enfermedades, situaciones, rupturas, olvidos o discusiones que destruyen una parte de nuestro rompecabezas. Nos arrancan piezas, o partes de ellas, y quedan cicatrices que no se pueden corregir. El puzzle no crecerá nunca más en esa dirección.
Lo maravilloso de la vida es cómo puedes encontrarte con algo, o con alguien, y que de pronto encaje a la perfección en un hueco que se había quedado perdido. Sin apretar, sin deformar otras piezas, sin forzar nada... de pronto es una pieza más de nuestra alma de puzzle, acoplándose a las formas de las piezas circundantes, y haciendo crecer el rompecabezas una vez más.
Eso es quizás lo más bonito de la vida. Las piezas que encajan y no encajan. Las piezas que se rompen. Nuestras almas, que nunca llegan a estar completas. Nuestras almas que, por casualidad, se encuentran, se abrazan y se convierten en un mosaico.
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