Diferenciación
¿Por qué los seres humanos tenemos la enfermiza obsesión de sentirnos diferentes del resto? No sé si es algo común a otras especies animales, no he indagado mucho en el tema. El tema que trata aquí son los seres humanos. Los hombres. Las mujeres. Las personas. Todas buscando la manera de diferenciarse de los demás, de destacar por algo o destacar, precisamente, por la falta de algo. ¿Se trata de una necesidad de autosatisfacción del ego? ¿De una necesidad de reclamar la atención? ¿De atraer las miradas? ¿De levantar envidias? ¿De sentirse único o especial? ¿En qué remoto lugar de nuestro cerebro se encuentra la respuesta a esta pregunta?
Tal vez, ya desde el inicio de la vida, buscamos ser diferentes. Imagina la primera célula, sencilla y solitaria. Y, de pronto, se duplica. Una y otra vez. Muchas células, todas iguales. Pero, de pronto, una acaba siendo distinta. El ciclo se repite sin fin, hasta tener un ingente número de células diferentes. Así surgió la diversidad genética. ¿Estamos entonces programados genéticamente para intentar diferenciarnos de los demás y así contribuir a la diversidad y la evolución?
Esa sería la respuesta más sencilla. Pero, sin embargo, no hay respuesta sencilla en el complicado mundo en el que vivimos. Porque la diferencia genera envidia. ¿Que tú tienes aquello? Yo lo quiero, lo quiero a toda costa, quiero ser como tú. Como los bebés. No le prestan atención a un juguete hasta que otro niño juega con él. ¿Estoy hablando de posesión ahora? Perfecto para el mundo consumista en el que vivimos. Porque, al parecer, nacemos para consumir productos y satisfacer nuestras necesidades físicas, pero nada más. Nos olvidamos de consumir sentimientos y satisfacer nuestros principios. Pero claro, los sentimientos y los principios no se pueden fabricar, manufacturar, comercializar, vender. ¿Te imaginas un catálogo de sentimientos a la carta?
Parece que divago, pero no. Abre ese catálogo que hay encima de la sala de espera del dentista. Verás cientos de fotos de mujeres llevando diferentes vestidos, diferentes peinados, diferentes zapatos, diferentes lápices de labios. Todas diferentes, todas únicas. Es curioso que muchas chicas, deseando ser diferentes y destacar, solo busquen parecerse a sus ídolos de las revistas. Con los chicos vale lo mismo, si bien los futbolistas llevan todos un look similar dentro de un campo de fútbol. Buscan diferenciarse en otros aspectos que no sean la ropa: el peinado, el color de las zapatillas, los gestos. Y los chavales, buscando ser los machos dominantes de sus territorios, terminan por imitar a un puñado de multimillonarios obsesionados con ser inimitables.
¿Y cómo consigue un multimillonario (o multimillonaria) ser distinto a los demás? Pues gastando su dinero en comprar cosas que otros no tienen. ¿Que tú tienes un cochazo? Yo me compro ese cuadro impresionista. ¿Que tú tienes una novia que es modelo? Pues yo ahora soy gay y me gasto el dinero botellas de champán de 1.000€. Curioso, como los bebés. Algunos comportamientos no cambian. Es la historia más vieja del mundo. ¿Cómo se diferenciaban los cavernícolas en sus primitivas sociedades? El jefe tenía más mujeres, más huesos de animales cazados, más heridas de batalla. Los cavernícolas son los inventores de la sociedad de consumo. Una tradición que se ha ido repitiendo a lo largo de la historia. Los poderosos siempre tienen más cosas que los demás, así es como se diferencian del resto. La posesión, el dinero, lo material.
Y los chavales y chavalas de instituto empieza a desear ser únicos e inigualables. Se tiñen el pelo. Se suman a nuevas modas. Se compran la ropa que llevan los famosos en la tele. Llevan gafas sin necesitarlas. Empiezan a practicar el sexo. Consumen drogas. En fin, errores pasajeros que todos hemos cometido alguna vez en nuestra vida y prometimos no repetir en el futuro. Pero al hacernos mayores, queremos seguir llamando la atención sobre nuestro pequeño y adorado universo: nos compramos ese coche, ese bolso tan bonito, hablamos de nuestras increíbles vacaciones. Todo cosas materiales, fíjate tú. Pero, a la vez, buscamos puntos en común con el resto de nuestros semejantes: vemos el partido de fútbol de turno, hablamos de política sin tener ni puta idea, vemos la serie de televisión de turno, escuchamos música comercial... Queremos tener puntos en común con los demás para poder identificarnos con la raza humana pero, eso sí, siempre desde la distancia de que nosotros somos únicos e inimitables y los demás solo deben desear ser como nosotros.
Creo, sinceramente, que es algo inherente a todos las personas. Pero lo que caracteriza a los seres humanos es precisamente su capacidad para sobreponerse a sus instintos más básicos y saber decir NO. Yo no voy a excluirme del selecto grupo de la diferenciación, claro que no. Sin embargo, intento darle valor a los sentimientos de las personas. Intento anteponer mis principios a mis intereses económicos. Intento darle más valor a las posesiones inmateriales que a las materiales. Intento aprender cada día de mi vida. Intento encontrar sabiduría entre las páginas de un libro antes que en la pantalla de una televisión. Intento guiarme por valores y no por precios.
Esa es la diferencia entre la mayoría de la población y yo.
Y tú, ¿has tratado de marcar la diferencia?
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