El voto libre

Sí, últimamente me repito mucho. Es culpa de la Campaña Electoral, que cada cuatro años vuelve a llamar a nuestra puerta. Viejas propuestas, nuevas promesas... todo suena a viejo, a gastado y a podrido.

Mucha gente votará este fin de semana, y probablemente en las Elecciones Generales de noviembre, pensando con el cerebro en vez de sintiendo con el corazón. Votarán lo que crean más conveniente, lo que crean más seguro... es decir, que no votarán de manera libre.

Me explicaré. Cuando votamos pensando en las consecuencias, en si una empresa nos bajará el rating de la deuda, en si una empresa se marchará del país o no, en si los mercados reaccionarán de tal o cual manera, en si a mi empresa le irá mejor o peor... votamos sintiendo el miedo a los mercados, el castigo que nos pueda poner la Comisión Europea, en las relaciones bilaterales con tal o cuál país.

Este voto coaccionado no tiene nada que envidiar al caciquismo, o a la esclavitud. Votar por miedo, por compromiso, por obligación... no es votar libremente. Es votar atado de manos, pies y boca. Es votar amordazado y atenazado por el temor a un futuro incierto.


¿Y qué es el voto libre? Es el voto que se hace con el corazón. Con los ideales por delante, sin importar marcas, mensajes o propagandas. Es el voto que se hace porque se tiene obligación moral, el voto en el que crees de verdad y no el voto que crees que te conviene más. Aunque sea incorrecto. Aunque nos conduzca al precipicio. Aunque no sirva para nada.

La ilusión del poder del voto es enorme, siempre hablo de ella. Pero, aunque rechazable, de nada sirve si no se vota libremente.


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