Cuestión de tiempo

Todo depende de la perspectiva con la que miremos, la perspectiva que le demos. Una de ellas, tan absoluta y a la vez tan relativa, es el tiempo.


El tiempo es una medida absoluta, que hemos aprendido a lo largo de la Historia a medir con precisión gracias a los relojes atómicos. El tiempo rige nuestras vidas, desde que nacemos hasta que morimos, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Tantas horas de trabajo. Tantas horas de ocio. Tantas horas de sueño. Tantos días de vacaciones. Tantos años de colegio. Tantos años de vida.
El tiempo también sirve para medir edades y distancias estelares que apenas somos capaces de comprender en nuestra escasa capacidad para entender la vastedad del Universo.


Y, sin embargo, la percepción que tenemos del tiempo lo convierte en algo absolutamente relativo. El tiempo pasa deprisa o lento según nuestro estado de ánimo. O puede ser algo anímico en sí. Imagina esos 5 minutos antes de una entrevista de trabajo. O esos 5 minutos besando a esa persona. O esos 5 minutos del final de un partido. Esos 5 minutos pueden ser lo más largos, los más cortos, los más angustiosos, los más inolvidables, lo más excitantes, los más decepcionantes, los más sorprendentes, los más dolorosos, los más duros, los más fríos, los más dulces... de tu vida.  
Incluso el tiempo cambia en función del tiempo. Las prisas que tengamos influyen en nuestra percepción del tiempo. Es entonces cuando el tiempo se convierte en nuestro amigo, en nuestro aliado, en nuestro enemigo  o en nuestro adversario. Con las prisas, los minutos que tarda el metro en llegar son más largos, casi interminables. Con la calma, los minutos de espera hasta que llegue esa persona especial pasan rápido, casi delicados.


El tiempo es lo único que tenemos en la vida. Es nuestra moneda de cambio, nuestra única posesión al nacer, nuestra única pérdida al morir. Nosotros decidimos qué hacer con ello. Trabajarlo, prestarlo, malvenderlo. Somos materia pero, más profundamente, somos tiempo.

Somos absolutos. Somos relativos. Somos eternos. Somos efímeros. Vibramos como los átomos de Cesio-133 y nos extinguimos como la vela que se apaga con el soplido de la brisa. Somos míseros instantes en el devenir del Universo y presencias constantes en la vida de nuestros allegados. Somos todo. Somos nada.
Somos tiempo.



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