Espejismos del sistema

El otro día me preguntaron cuál sería mi sistema político o mi modelo de Estado ideal. Y recalco lo de ideal, porque no podría existir. En cuanto hubiera un único individuo dentro de ella con malas intenciones -o, simplemente, con intenciones egoístas- el sistema se desmoronaría sobre sí mismo. Un sistema basado en la honradez, honestidad, bondad y sinceridad de las personas no es posible, porque el ser humano no es por naturaleza honrado, honesto, bueno ni sincero.

Nacemos, crecemos, malvivimos y morimos en un modelo de Estado que nosotros no hemos elegido y en el que no podemos participar. Es inamovible, inalterable. Tenemos que jugar con unas reglas que no podemos pactar, escoger o cambiar. Vives en casa de papá Estado y mientras vivas aquí tendrás que seguir mis reglas. El problema es que nunca podemos dejar de vivir en casa de papá Estado, que siempre habrá normas que cumplir, que nunca podremos escapar del sistema. Todos los antisistema viven dentro del sistema y jamás podrán escapar de él, porque es una celda sin barrotes, una prisión sin puertas, una jaula sin rejas. No se puede escapar de la propia "libertad".


Es curioso cómo la mal llamada democracia ha creado el esclavo perfecto. Los sistemas totalitarios juegan con la opresión, el control de la información, la propaganda, el racionamiento y el miedo para controlar a su población. Ésta, antes o después, termina por protestar. Quiere mejoras en su vida. El ser humano está programado para sentirse insatisfecho y siempre pide y quiere más. Algo de lo que muy bien se aprovecha el Capitalismo. Sin embargo, la democracia le ha dado una vuelta de tuerca al totalitarismo, y le ha dado una lección de cómo jugar tus cartas. La democracia, al contrario que las dictaduras, juega con la ilusión de la justicia, la ilusión de la libertad de expresión, la ilusión de igualdad, la ilusión del respeto... La democracia únicamente ofrece y promete la quimera de algo a lo que casi todos aspiramos: un mundo mejor y más justo. Pero únicamente ofrece la posibilidad de alcanzarlo, poniendo la zanahoria siempre lejos de nuestro alcance. Y, mientras vivimos en un mundo de ilusión, los ideales de justicia, igualdad, libertad y hermandad nunca llegan a satisfacerse ni a alcanzarse. Pero la población, inmersa en un inmovilismo digno de ser envidiado por cualquier dictadura, jamás se revelará buscando algo mejor que la ilusión de lo que ya tienen.



La ilusión de poseer algo siempre es más poderosa que la sensación de poseer ese algo, ya sea un objeto material o un ideal. Tener la sensación de ser libre dificulta que te centres en romper las cadenas que te atan a un sistema perverso en el que ni pinchas ni cortas. Te venden la ilusión de que participas en él a través del voto y eso impide que busques alternativas a una forma de participación más directa. 

El espejismo de un sistema justo, libre y abierto impide que puedas observar que, tras el cristal, es tan opresor, manipulador, represivo e injusto como cualquier dictadura.


Comentarios

Entradas populares