Todos los ojos sobre Israel

Es duro ver cómo el corazón de las personas ya no se abate cuando los números llegan a tal cifra, que nuestra mente es incapaz de comprenderlos. Las mismas cifras, repetidas día tras día, incrementadas hora tras hora, llegan al punto de ya ni perturbarnos. Y nos preguntamos, ¿qué podemos hacer? ¿Por qué nadie hace nada? ¿Hasta dónde vamos a llegar?

Así es esto. Cada uno barre los muertos debajo de su alfombra mientras nos los enseñan por la televisión. Otro niño muerto. Otra madre muerta. Otro hospital bombardeado. Otro campo de refugiados atacado. Es la estrategia del cobarde. Atacar y matar a los más débiles. Arrasar y destruir hasta que no quede nada ni nadie que pueda rebatir sus argumentos. Atajar el odio de una vez por todas, arrancando cada pequeña hierba que pudo haber plantado a lo largo de los años.

Hay quien lo llama genocidio. No sé si es un genocidio, pero sí sé que es una masacre injusta, incoherente, desequilibrada, incontestable, desproporcionada. Nuestro dinero, nuestros impuestos, están colaborando a seguir esta matanza. Otro muerto, y otro muerto más. ¿Cuántos más harán falta? ¿Cuándo parará? ¿Cuántos niños valen la muerte de un colono? ¿Les bastarán con matar a 2.000 civiles por cada persona asesinada hace ya no se sabe cuántos meses?

La muerte solo trae más muerte. Y la guerra solo trae más guerra. Y la guerra la gana quien es más fuerte y quien mejor chantajea. Y en eso, algunos se llevan la palma. Supongo que soy muy inocente, muy bien pensado, o que creo en el perdón y en la colaboración. Aunque también creo en el castigo, pero en uno proporcional. Destruir viviendas, carreteras, hospitales, escuelas, centros religiosos, campos de refugiados o corredores humanitarios solo tiene un objetivo: impedir la vida misma. Impedir que nadie ni nada vuelva a vivir allí. Imprimir tal huella en la conciencia colectiva que ninguna mente individual siquiera pueda imaginar o recordar cómo eran antes las cosas.

No puedo escribir desde la rabia porque la rabia está agotada. Escribo desde la tristeza, desde la desesperanza, desde la impotencia. Mientras al ser humano se le de la posibilidad de acabar con la vida de los demás, y conscientemente utilice dicho poder, como especie dejaremos mucho que desear. Ojalá exista el karma, la reparación, la justicia divina o el equilibrio cósmico, y que aquellos que castigan sin sentido, que matan sin sentido, que destruyan sin sentido, que chantajean sin sentido o que defienden lo indefendible, hasta extremos injustificable, encuentren su propio dolor, su propio castigo, su conciencia de vuelta.

Todos los ojos en Rafah, dijeron, pero Rafah no es sino la última de las muchas barbaridades perpetradas. Pero no. Todos los ojos sobre Israel. Se siente tan impune que mata civiles sin consecuencia. Que mata personal de la ONU sin consecuencia. Que mata personal voluntario de ONGs sin consecuencia. Se siente tan impune que cada día asesina a más y más y más gente, mientras chantajea a unos y a otros para que nadie se meta en sus asuntos.

Todos los ojos sobre Israel. No dejemos de mirar, de observar, de juzgar. Que, aunque se sienta impune, sepa que son culpables y asesinos a los ojos de la humanidad y de su dios que no puede ser nombrado.




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