El bordado y las palabras

Es curioso cómo funciona la memoria. Tienes una idea genial, de la que tirar el hilo hasta desmadejar el ovillo pero, ay, si no la apuntas... Las ideas son como ese primer hilo que enhebras en la aguja. Las palabras son el bordado. El mensaje es la prenda que terminas. El recuerdo es el calorcito que te deja cuando te la pones encima.

¿Cuántas obras he dejado sin bordar porque ya no llevo encima una libreta para apuntar? Hace años, me dedicaba a garabatear poemas e ideas en una libretilla que llevaba en la mochila. De hecho, aún tengo esa mochila y aún tengo esa libreta. El problema es que ya no llevo esa mochila. El problema es que confío demasiado en mi memoria y en el móvil.

Creo que nunca he apuntado una de mis ideas en el móvil. Cuando una es recurrente, siempre me puedo sentar y escribirla. A veces el patrón aparece solo. Otras, tengo que consultar el diccionario. Pero casi siempre está ahí. Es como una gota de agua que resbala sobre una superficie plana, expandiéndose en todas direcciones. Así son las palabras, gotas incontenibles que nunca sabes dónde pueden terminar.

Me han dicho varias veces que el bordado se me daría bien. Que es en cierto modo mecánico, repetitivo, paciente y perseverante. Igual que la escritura. Quizás debería probar. Quizás se me daría bien. Quizás tendría otro motivo para no llevar una libreta encima, sino una aguja.

De igual manera que bordar puede ser similar a escribir, el símil se puede hacer a la inversa, y es que escribir puede ser similar a bordar. Las agujas son los lápices con los que escribes. Las palabras se van clavando poco a poco en la mente y en el alma de las personas que las leen hasta dejar bien claro el patrón. Cuando acabas una obra, te queda una buena prenda que recuerdas incluso como un amigo o un confidente. Y te puede dar calor, cobijar, abrigar y consolar. Así de poderosa es la escritura.

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