Seguimos en guerra

Las guerras no acaban. Son algo intrínseco al instinto animal. Pero los humanos hemos perfeccionado su arte hasta maravillarnos de ella. Otros nos horrorizamos. Pero viene a ser una emoción similar.

Pensamos que el siglo XX ha sido el exponente de la guerra, pero solo lo es porque lo tenemos más reciente, más cercano, y se llevaron a cabo acciones terribles. Sin embargo, este siglo XXI no tiene nada que envidiar en cuanto a muertes y brutalidad al siglo XX. Lo que pasa es que las guerras nos quedan más lejos, nos afectan menos. Alguna incluso nos favorece. El coltán con el que podemos conectarnos a todo el mundo está manchado de sangre y muerte, gracias a una guerra interminable. El Mediterráneo se llena de cuerpos de gente que huye de la indiferencia del mal llamado primer mundo.


Seguimos en guerra. Cada día, cada momento, cada hora, cada instante. No dejamos de pelear, de luchar, de conquistar. ¿Dónde quedó nuestro espíritu de colaboración? ¿Dónde quedó nuestra solidaridad hacia el otro? Es triste que hace siglos se matara por motivos religiosos y hoy en día sea la religión el único reducto de solidaridad humana. Si no es por la acción y el mensaje religioso, creo que no quedaría ningún ejemplo de bondad al que seguir, al que aferrarnos. La fe es cada vez más escasa y cada vez menos preciada.

El mayor crimen no es matar. El mayor crimen es olvidar y repetir los errores del pasado. No podemos volver a iniciar una ola de violencia que no termine nunca. No podemos volver a empezar una serie de agresiones que desemboquen en una lucha sangrienta. No podemos volver a olvidar a aquellos que dieron su voz y su vida para que otros pudieran vivir. No podemos hacer caso omiso a las señales, a los escritos, a las palabras, a las alarmas que nos alertan de que podemos volver a tropezar con la misma piedra.

Hoy es 6 de agosto. Un día para recordar. Nunca más. Nunca más.


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