Pantalones cortos

Hay manías estúpidas que persisten todavía en el siglo XXI. Como la manía de que no se pueden llevar pantalones cortos al trabajo. Parece que es necesario pasar calor, penurias, miseria y calamidades para poder ir al trabajo. Todavía vivimos en la sociedad del aparentar.

Y digo aparentar, porque da la sensación de que las apariencias importan más que el resto. Es necesario ir en traje, con corbata y zapatos lustrosos, aunque trabajes en un garaje donde no veas la luz del sol. No vaya a ser que entre la persona de la limpieza, con su mono, y se crea que eres uno de los suyos. No, hay que distinguirse, hay que parecer importantes. Aparentar.


Eso sí, deja que las mujeres vayan en vestido, falda, sandalias. Ellas pueden enseñar su cuerpo, que es bonito, no tienen pelos en las piernas, nos gusta ver un poco de carne todos los días. Machismo puro, retrógrado y asqueroso. Hipocresía en estado puro. Y si las mujeres fueran gordas, fofas, no se depilaran, olieran mal, tuvieran las uñas de los pies rotos... ¿pensaríamos lo mismo? No, esas que se tapen con un burka. O mejor aún, no las contratemos para no tener que verlas.

Por eso siempre he sido partidario, y partícipe, de llevar pantalones cortos al trabajo. Mis piernas, grandes, largas y peludas nada tienen que envidiar a las de ninguna mujer. Todos podemos enseñar. Todos podemos ostentar. Y todos podemos combatir el calor de la manera más sencilla posible.

Y si prefieres vivir en un mundo de apariencias, bien, es una elección libre, puedes morir de calor y sentirte bien en tu fuero interno. Pero no me impongas tu criterio machista y falso, porque yo no estoy dispuesto a sufrir por ello.


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