El cambio

Hablaba esta tarde con una amiga sobre cómo cambia la gente. Sin que te des cuenta. De manera sorprendente. Ante un nuevo estímulo, externo o interno, alguien que crees conocer se transforma en un completo desconocido. Y cuando digo alguien, también me refiero a nosotros mismos.

Una nueva pareja, un nuevo trabajo, una nueva ciudad, un nuevo entorno, una nueva experiencia, un nuevo equipo, un nuevo sabor... pueden convertir a una persona en su completo opuesto. Y puede cambiar su forma de vestir, su forma de pensar, su forma de vivir, su forma de relacionarse, su forma de consumir, su forma de amar.


Dicen que el cambio es bueno. Aunque los seres humanos en general diría que son reacios a los cambios. O al menos, la sociedad humana como conjunto. Se resiste, se ve amenazada. Los cambios producen miedo, incluso en aquella persona que decide realizarlo por voluntad propia. 

Pero está claro que el alma humana está hecha para cambiar. Nuestras inquietudes nos impulsan a explorar y descubrir nuevos horizontes, a no sentirnos satisfechos. A no encontrar el equilibrio. Y esto en sí mismo no es malo. Pero da miedo. Da miedo entender que somos transmutables, indefinidos, volubles, maleables, inconstantes.

Da miedo pensar que podemos convertirnos en lo contrario a lo que somos y pensamos en este momento. Da miedo saber que no llegamos a conocernos a nosotros mismos en absoluto.


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