Buscando el sentido

Llegamos a este mundo... ¿Para qué? ¿Con qué motivo? ¿Con qué objetivo?

Nos pasamos la vida buscándole un sentido. Una meta. Una finalidad. Un propósito. Un fin.

Eternas preguntas sin respuesta. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?


Nadie nos pide permiso ni opinión para traernos a esta existencia. Pero aquí estamos. Tenemos que jugar con las cartas que nos han dado en un juego cuyas reglas nos son impuestas. Unas normas sobre las que no podemos opinar y no podemos cambiar.

Qué bonita y jodida es la vida, sí. Deambulamos como pollos sin cabeza a la caza de un rumbo. De una dirección. De una trayectoria que nos saque de nuestra agonía.


Agonía, sí. Agonía al pensar en el futuro incierto, donde lo único seguro son el sufrimiento y, finalmente, la muerte. Esa es la mayor certeza de todas. Ese es el mayor miedo subconsciente del ser humano. Ese es el motivo por el que buscamos darle un sentido a nuestras vidas.

Porque no queremos llegar al final del camino y arrepentirnos de nuestros pasos. No queremos alcanzar el final del viaje y sentirnos tan vacíos como al comienzo. No queremos arribar al último puerto de nuestra odisea y lamentar todas las paradas que no hicimos.


Pero la vida no tiene sentido. Es un sinsentido. Y la muerte no le da, ni tiene, ningún sentido. La vida es lo que tú quieres que sea. Eres tú quien tiene que cogerla, forjarla, lucharla, exprimirla y disfrutarla. Y si no, tal vez, no valga la pena. 

No le busques un sentido a la vida. Mejor esfuérzate en darle un sentido a la tuya.


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