En nombre de la extinción
Que una especie se extinga no es ningún drama... siempre y cuando se extinga de manera natural. Los seres vivos luchan por cada palmo de tierra, por los nutrientes. Evolucionan, se especializan, se exterminan unos a otros... Hasta que llegó el hombre.
El hombre parece una perfecta pieza de la evolución. Tan perfecta, que ha superado su programación y se ha vuelto contra su creador. Como si de HAL 9000 habláramos, ha decidido que es él quién debe llevar las riendas de la misión. Sin embargo, no sabe muy bien cuál es esa misión.
Gracias a su inteligencia, su capacidad de razonar y de resolver problemas, ha sido capaz de superar y colonizar vastas extensiones de tierra y mar que nunca estuvieron destinadas a él. Se ha extendido sobre la faz de la Tierra, siendo capaz de sobrevivir incluso en las condiciones más extremas. La evolución ha ayudado, claro. Pero el hombre ha sido capaz de superar la barrera temporal de los saltos de la evolución creando instrumentos que lo mejoran sin necesidad de la especialización obtenida tras miles de años: las herramientas.
El cuchillo, la rueda, la rampa, la polea, el martillo, el tornillo, las armas. Son herramientas creadas por el hombre para poder superar las barreras que la naturaleza le ha impuesto. Podemos transportar cargas miles de veces más pesadas que nosotros. Podemos construir refugios para miles de nosotros. Podemos cazar animales que nunca estuvieron destinados a ser alimento nuestro. Podemos cambiar el paisaje, transformar el clima, fertilizar la tierra. Podemos, en definitiva, cambiar el mundo.
Cuando la naturaleza descubre que una especie se transforma en algo indetenible, crea los mecanismos necesarios para su rápida extinción. Crea, aprende y destruye, en un ciclo sin fin que dura miles de millones de años. Los seres humanos son una de esas especies indetenibles, que han llegado a convertirse en un virus que amenaza con destruirlo todo. Sin embargo, hemos escapado al control de la evolución. Hemos superado las barreras de la evolución. La medicina moderna nos hace vivir más y mejor. Somos capaces de curar enfermedades antes mortales. Somos capaces de generar medicinas que curan las nuevas enfermedades que aparecen casi al mismo ritmo que la naturaleza las crea.
Somos una amenaza real. La Historia es testigo de ella. Hemos conquistado la tierra, y vamos camino de conquistar el mar. O de destruirlo. El ser humano no se ha parado jamás a pensar en las consecuencias de su rápida expansión: introducción de enfermedades en el nuevo mundo que mataron a la población local de animales, plantas y personas; introducción de especies de otros lugares que desplazaron, mataron, exterminaron y extinguieron a las especies autóctonas de animales y plantas; tala de árboles que modificaron los ecosistemas locales; consumo indiscriminado de combustibles que deshielan los polos provocando cambios inimaginables en el mar y en la tierra. Hemos destruido y extinguido millones de especies que probablemente nunca llegaremos a saber que alguna vez extinguieron. Y lo seguiremos haciendo ahora que hemos escapado de las garras de la Naturaleza. Ya lo hemos hecho a escala planetaria y falta poco para hacerlo a escala cósmica. Si hay una especie que se merece la extinción, ésa somos nosotros.
Muchas veces leemos que todo esto se ha hecho en nombre del progreso. Pero no nos engañemos: todo lo que hace el ser humano es en nombre de la extinción.
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